Hace unos años di una conferencia motivacional para jóvenes en un barrio complicado de Madrid.
Eran chicos que, en muchos casos, no tenían futuro.
No porque no tuvieran talento, sino porque nadie apostaba por ellos.
Ese día no fui con un PowerPoint.
Fui con mi historia.
Les conté que yo también había sentido miedo. Que también había estado perdido.
Pero que encontré en el Ejército una escuela de vida.
Les hablé de la Infantería de Marina.
De mis compañeros.
De la disciplina.
De la hermandad.
De cómo el uniforme me enseñó valores que hoy aplico incluso cuando hablo en público.
Y cuando terminó la charla, varios se acercaron.
Uno me miró y me dijo:
—Yo quiero ser militar.
Y no fue el único.
Ahí entendí que las palabras bien usadas pueden cambiar destinos.
No se trataba solo de inspirar.
Se trataba de ofrecerles una visión de futuro.
Una que no les habían mostrado hasta entonces.
La oratoria no es solo saber hablar.
Es tener el coraje de contar tu verdad,
y usarla para encender la chispa en otros.
Para este post hemos utilizado la estructura número 3.
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