Tenía todo preparado.
Una charla motivacional pensada para jóvenes de entre 15 y 22 años.
Referencias actuales, ritmo ágil, lenguaje directo.
Pero justo antes de empezar, me avisaron:
—Se sumaron tres clases más. Hay adultos también. Personas de 30, 40… incluso algunos profesores.
Respiré. Sonreí. Y por dentro, empecé a reconstruir todo.
Porque lo que había preparado ya no bastaba.
No podía conectar igual con un chico de 16 que con una mujer de 45.
Había que adaptarse.
Y lo hice.
Durante la charla, usé ejemplos de su época para los adultos.
Cambié el tono en ciertos momentos.
Y sin perder la conexión con los más jóvenes, tejí puentes entre generaciones.
Salté de una franja de edad a otra como quien cambia de canción sin perder el ritmo.
Y funcionó.
Cuando terminé, uno de los adultos se acercó:
—Gracias por incluirnos. No todos lo hacen.
Ese día confirmé algo que siempre repito en mis formaciones:
no existe una presentación universal.
Existen audiencias únicas que merecen ser escuchadas en su propio idioma.
Adaptar tu comunicación al público no es una opción.
Es una obligación si quieres que tu mensaje deje huella.
Para este post hemos utilizado la estructura número 1.
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